¿Cómo afecta emocionalmente la crisis del coronavirus?
La crisis del coronoavirus nos obliga a adaptarnos a un cambio radical de nuestra vida, modos y costumbres que, lo queramos o no, puede traernos algunas consecuencias emocionales que es conveniente conocer. Si somos conscientes de las etapas que vamos a transitar en este tiempo de cuarentena se reduce la incertidumbre y estaremos en mejor disposición para manejar el dolor, permitiéndonos experimentarlo, aceptarlo, llorarlo… sabiendo que pasará y que si ponemos los medios adecuados, saldremos fortalecidos de esta experiencia. No tengamos miedo al malestar emocional y afrontémoslo de la mejor manera posible.
Algunas de estas fases emocionales que toda adaptación a una situación crítica conllevan, serían:
NEGACIÓN: “Esto no puede pasar aquí, los medios exageran”
Esta fase de negación intrínseca a todo proceso de cambio no deseado, puede llegar a ser potencialmente muy peligrosa. Al negar la realidad y magnitud del problema podemos exponernos a situaciones que supongan un riesgo para nuestra salud y la de los demás. No respetar las pautas de higiene y saltarse las medidas del estado de alarma, podrían ser actitudes propias de esta fase de negación.
MIEDO: “Miedo a que me pase algo terrible a mí o a alguien a quién quiero”.
El miedo cumple una función protectora, nos prepara para afrontar peligros y actuar de forma resolutiva frente a ellos. El miedo “sano” nos llevaría a preocuparnos adaptativamente, a ser responsables y tratar de prevenir posibles riesgos de contagio frente al coronoavirus. Cumplir con las pautas de higiene y respetar las normas de aislamiento social en el período de cuarentena, serían comportamientos funcionales motivados por un miedo saludable.
La cara B del miedo o el miedo patológico, puede llegar a ser muy paralizante y más que ayudarnos a resolver, agrava el problema. Es este tipo de miedo el que nos lleva a consumir información de forma compulsiva, a realizar compras masivas o a una preocupación constante que nos impida conciliar el sueño.
ENFADO, FRUSTRACIÓN: “No puedo seguir con mis planes vitales”
Un viaje que llevábamos tiempo planeando, un proyecto creativo, un negocio en el que habíamos invertido esfuerzo y dinero… y que por culpa de esta crisis no podremos llevar a cabo. Esta situación, inevitablemente, nos va a generar altas dosis de frustración, acompañada de rabia y enfado. Y está bien cabrearse y expresarlo y por qué no, llorarlo. Para luego limpiarse las lágrimas, recomponerse y más adelante buscar fórmulas para reinventarse. Si hoy nos permitimos vivir la frustración y el enfado, estaremos en mejor disposición de buscar soluciones mañana.
TRISTEZA: “Soy vulnerable” “Nada tiene sentido”
En algún momento la tristeza llega… y nos invita a la reflexión, a la reclusión, a la inactividad. Y aunque duela, también hay que atravesarla. Y es inevitable sentirnos tristes dado el panorama desolador, las cifras de fallecimientos y personas enfermas, el colapso de la sanidad pública. Por empatía, sentiremos tristeza. Y si hemos sido afectados por la enfermedad, directa o indirectamente, nos sentiremos tristes por lo vivido.
APATÍA, DESMOTIVACIÓN: “No tengo ganas de hacer nada”
De la mano de la tristeza puede llegar la apatía, la desgana... Y que en ciertos momentos no tengamos ganas de hacer nada productivo. Y por qué no, tenemos derecho a parar, dejar de hacer, retozar en el sofá, dormitar, remolonear…
Y no tiene nada de malo siempre que no nos quedemos atrapados durante días en esta fase y sepamos ponerle freno. ¿Cómo? Activándonos sin ganas… y en la acción irá apareciendo la motivación.
OPTIMISMO, activación, nuevos hábitos.
Las tormentas no duran eternamente… Una vez transitada la tristeza, el enfado, la frustración o el miedo, las nubes se disipan y podemos ir aceptando poco a poco la nueva realidad e ir adaptándonos a ella. Sacamos fuerzas para activarnos y ponemos en marcha estrategias para sobrellevar los días de confinamiento, tratando de ver el lado positivo, aprender de esta situación de crisis y desarrollar nuevos hábitos que nos permitan mantenernos a flote.
La vivencia de estas fases emocionales no es lineal. Es decir, podemos sentirnos optimistas, activos y regresar por momentos a la tristeza o a la apatía, a veces, incluso en el mismo día.
El problema no es sentir estas emociones negativas que son necesarias e inevitables, el problema es quedarnos instalados de forma permanente en ellas. Si esto pasa, es porque probablemente estamos interpretando la situación vivida de una forma un tanto distorsionada y excesivamente catastrófica, y porque estamos llevando a cabo comportamientos o hábitos dañinos que empeoran un escenario ya de por sí complejo.
¿Qué podemos hacer para disminuir el malestar emocional?
Algunos comportamientos y actitudes que podemos desarrollar para no quedarnos instalados en el sufrimiento, serían:
- Aceptar las emociones negativas como parte inevitable de este proceso de adaptación a la adversidad. No luchar contra ellas, entender de dónde vienen y cuál es su función. Dejar que se vayan asentando.
- Llevar a cabo dinámicas de auto-cuidado. Ahora más que nunca poner especial atención en seguir una alimentación saludable, en respetar los ritmos de sueño y en hacer algo de ejercicio físico.
- Implementar rutinas. Seguir unos horarios para el trabajo, acotando éste a los tiempos establecidos para ello, y destinar tiempos definidos para el ocio, el ejercicio y el descanso.
- Distracción y entretenimiento. Aprovechar para desarrollar actividades recreativas y que reporten bienestar y placer: baños relajantes, leer, ver películas, dibujar, pintar, escuchar música, cantar, bailar, cocinar nuevas recetas…
- Permitirte, por momentos, no hacer nada: perder el tiempo, disminuir tu productividad.
- Aprender algo nuevo, desarrollar una nueva destreza o habilidad creativa.
- Dosificar la información que recibes a cerca de la crisis actual. Huir de la sobreinformación que a corto plazo puede generar sensación de control, pero que a medio plazo agudiza el miedo frente a posibles peligros y genera ansiedad por desarrollar los síntomas de la enfermedad.
- Desdramatizar, desplegar el sentido del humor.
- Vivir el presente de cada uno de tus días de confinamiento, resuelve y afronta cada día sin adelantarte pensando en todo el tiempo que todavía te queda por pasar y tratando de no anticipar posibles catástrofes futuras. Ocúpate del ahora.
- Refuerza tus vínculos afectivos y tu red social de apoyo. Conecta con tus amigos a través de las facilidades que nos aportan las nuevas tecnologías, comparte como te sientes, acompaña y siéntete acompañado en esta, por momentos, dura travesía.
Y ante todo, no tengamos miedo de transitar oscuros desiertos. No tengamos miedo de sentir dolor. Detrás de una travesía en el desierto suele haber una playa esperando. Y ya en la orilla podremos disfrutar de todo lo aprendido, a nivel individual y cómo sociedad, tras una experiencia tan transformadora como la que estamos viviendo.
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